Demoré un buen rato en encontrar un taxi. Mientas lo esperaba, parado en la esquina de Honduras, sentí mi boca seca y cierto nerviosísmo escalando por mis piernas; me di cuenta que tenía ganas de fumar. La puta madre,
—¡Qué pegote dificil son los vicios!
Apreté los dientes y avancé unos pasos sobre la calzada para ver si podía distinguir, a lo lejos, la luz roja de un auto libre. No lo logré.
A pocos metros, en la vereda de enfrente, había un quiosco abierto. Lo miré de reojo un par de veces y finalmente crucé la calle.
Detrás de un aparador, un sujeto extraño movía la cabeza al ritmo de una música que imaginé robótica. Tenía el pelo de un color cobre fuerte, con largos mechones que ocultaban sus rostro fino y anguloso. Un par de auriculares enormes flanqueaban su cabeza, y un parche de cuero negro ocultaba su ojo derecho. Vestía una capa militar negra con bordes dorados, de cuello alto y rojo y tela compacta y pesada. Una cicatriz tatuada cruzaba su pómulo izquierdo.
Lo miré en silencio, aborto.
Era el Capitán Raimar.
A la altura de mis ojos, tres hileras de hermosas cajas de cigarrillos me llamaban a gritos. Bajé la mirada hacia la vidriera donde tenía apoyadas las manos, recorrí, desganado, los envoltorios chillones y brillantes, tomé un paquete de pastillas y lo apoyé sobre una pequeña bandejita de plástico.
Recién en ese momento Raimar alzo sus ojos, miró la bandejita y me mostró dos dedos en "V". Dejé un billete de dos pesos, guardé el paquete de pastillas en un bolsillo, y permanecí allí unos segundos más.
—De chico yo quería ser como vos.
No me escuchó, pero con interés, o extrañado por que tuviera algo para decirle, despegó los auriculares de su cabeza
—¿Qué?
—De chico yo quería ser como vos —repetí. El sonrío, estiro su brazo, me mostró su puño cerrado y un pulgar en alto, volvió a colocarse los auriculares, y regresó a su mundo.
Di media vuelta justo para parar a un taxi que pasaba lentamente buscando pasajeros. Lo había encontrado.
Subí y le pedí al conductor que me llevara a Colegiales:
— A Freire y Maure —solté.
Mi mano en el bolsillo separó una pastilla del paquete y la llevó mi boca.
Capitán Raimar, Pirata Espacial. El programa comenzaba a las seis de la tarde, y yo solía verlo en silencio, tirado en el piso del living de mi casa. Nada en el mundo se comparaba con el Capitán Raimar y su nave Arcadia. Un espíritu libre que recorría el espacio sin aceptar órdenes de nadie.
—Yo soy el dueño de mi destino; yo soy el capitán de mi alma. (*)
Años después creí experimentar ese sentimiento nadando en un mar de horas ligeras y de drogas.
Y ahora iba camino a lo de Ricky, al lugar mismo donde años atrás había comenzado ese viaje.
Busqué el celular en el bolsillo; ví que faltaba un rato para las tres.
Y que Lucía no había contestado mi mensaje.
Nice.
ResponderEliminarPublica más seguido, Looncito. O sino, mantené siempre este ritmo. Pero eso de publicar varios capítulos al hilo y después que pase mucho tiempo sin una nueva parte, pone nerviosos a los lectores.
Bah... tal vez soy sólo yo =)
n.,
pd.: por cierto... yo fui quien escribió el comentario que te pedía que te pusieras a escribir ;)
boludo, el capitan raimar que grande!!!!!!!!!!!!!!!
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