II


Para poder ingresar al Fernández debe atravesarse un pequeño patio lleno de espectros, un  purgatorio por el que deambulan adictos y linyeras.
— Al Fernández. –me dijo Pablo una madrugada- De última, voy a pegar al Fernández.
Lo miré incrédulo, como si estuviera diciendo un disparate
— Sí, boludo, se consigue de todo ahí. Hay que encarar a un enfermero y listo. Tienen merca para los médicos y para los choferes de ambulancia, faso para los que tienen la papa adentro, anfetas para las pendejas, rivotril para las jovatas locas, pichicatas; todo, tienen de todo... eso sin contar la crema de la crema, la falopa de los anestesistas...
— Además no sé que te extraña -continuó diciendo- ¿en qué otro lugar va a haber más drogas que en un hospital? La cagada es que es caro, viste, estás comprando dentro de un hospital, eso tiene su precio...

Y ahora Sabina estaba allí internada. Qué cinismo; al final la vida siempre se ríe último.
Crucé la entrada, y apuré el paso conteniendo la respiración, con los ojos fijos en el camino de piedra, evitando las miradas perdidas, los pedidos de auxilio.
Salté los escalones, empujé con el antebrazo la pesada puerta, y comencé a caminar por un largo pasillo, mirando las puertas y las paredes a mis costados,  buscando a alguien, un cartel… algo que me indicara cómo llegar a la sección de Terapia Intensiva.
Llegué a la intersección con otro pasillo, avancé hacia el centro de las arterias y me quedé allí parado, mirando en derredor. Noté que el olor a Hospital ya me había envuelto por completo. Lejos, hacia mi izquierda, vi pasar un enfermero por un pasillo paralelo, empujando una camilla vacía.
Le grité para llamar su atención y  corrí hasta llegar al otro pasillo. El enfermero me esperaba apoyado sobre la camilla, con la mirada fija en el piso.
— ¿Qué buscas?
Dude un segundo, recordando las palabras de Pablo
— Hola -respondí- ¿cómo llego a terapia intensiva?
Recién cuando escuchó mi pregunta sus ojos me miraron. Cabeceó hacia un costado y dijo:
— El próximo pasillo, a la derecha - y enseguida retomó su camino siguiendo a la camilla.
Comencé a recorrer el pasillo,  pronto encontré un cartel verde con letras blancas que indicaba con una flecha,  la ubicación de la Sala de Cuidados Intensivos. Con ánimos renovados avancé en la dirección de la flecha; treinta metros después llegué a un mostrador de fórmica naranja que flanqueaba la puerta de entrada al sector. Una enfermera me miró en silencio, esperando mi pregunta.
— Buenas noches, vengo a ver a Sabina Farias.
La mujer abrió una carpeta y recorrió una hoja con el dedo hasta detenerse en una línea.
— ¿Ud. es el marido?
— No
— ¿Familiar?
— No –respondí impaciente- me llamaron para que viniera a verla lo antes posible
— ¿Quién lo llamó? De acá no lo llamó nadie…
— La policía, señora, me llamó la policía.
— Ahhh, la policía, sí, ahora entiendo –agregó- espere aquí por favor.
La enfermera abandonó su asiento y desapareció detrás de la puerta. Regresó en seguida, se acomodó nuevamente sobre su silla detrás del mostrador, y  mientras anotaba algo en la hoja de la carpeta, dijo:
— Pase, es la quinta habitación sobre su izquierda.
Empujé la puerta para encontrarme  previsiblemente con otro largo pasillo.
No hizo falta contar las habitaciones que se alineaban a mi izquierda, unos metros más adelante,  dos policías de la federal me esperaban parados junto a la puerta de la habitación de Sabina Farías.

5 comentarios:

  1. dios santo, esta historia empezó al palo!

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  2. Lindo inicio...

    El título ne resulta un tanto bizarro, pero tal vez esa es la idea.

    Un texto tuyo sin posibilidad de confusión, lleno de marcas.

    Un beso.

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  3. Hey, que bueno verlos por acá!
    Me alegro que haya gustado el comienzo.
    En el título hay mucho, N. Mucho.
    Espero lograr que regresen una y ora vez...

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  4. Sigo pensando el titulo..se me ocurren varias ideas pero no me animo a decirte ninguna todavia, veremos mas adelante
    Ya me enganche, asi que me veras por aca.
    Cheers!
    Nena

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  5. Epa! que sorpresa! welcome!

    Loon

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