Me sentía molesto y con la mecha corta. El rostro mustio de Sabina, su minúsculo cuerpito bajo las mantas, aparecían una y otra vez ante mis ojos como una pesadilla pegajosa.
Me detuve en la esquina de Cabrera sin saber bien que hacer; no podía demorar mucho más mi regreso a casa; pero también necesitaba aprovechar el tiempo al máximo para conseguir el dinero que me faltaba.
Retiré la mano del bolsillo y miré la pantalla del celular; tenía que tomar una decisión. Consulté nuevamente el registro de las últimas llamadas efectuadas, pero no reconocí los nombres que vi, ni los números discados sin contactos asociados; en cambio, encontré dos o tres llamadas perdidas de Ricky.
—Ricky...¿Ricky?
—¿Ese Ricky? —me pregunté. Sí, debía ser ese Ricky, seguramente, el que yo conocía ¿quién otro? ¿por qué motivo Sabina hubiera dejado de verlo?
Ricky, Sebas, Barbarita, Paul y Caro, Pablo... todos ellos debían haber seguido juntos, al menos en contacto.
Me senté en un escalón de la entrada de un almacén, y apoyé la espalda contra la cortina metálica; busqué sus nombres en la agenda, y recordé la cara de cada uno de ellos. Sonreí, y un ligero temblor me recorrió el cuerpo. Sentí que había pasado mucho tiempo, una vida, desde la época en que compartía mis días con ellos. Fueron años de cercos y glicinas, de la vida en orsai y el tiempo loco (*).
—¡Hola, Reina! —exclamó Ricky al atender. Por detrás de su voz brillante y loca se filtraron los poderosos beats de una música enajenante. Tomé coraje y respondí,
—Hola, Ricky.
Hubo dos segundos de silencio en el aire, y con un tono serio y desconfiado, replicó
—¿Quién habla?
— Soy Juan, Ricky...
—¿Juan? ¿Qué Ju..
— Juan, Ricky, Juan —interumpí, impaciente —soy yo, Juan.
— ¡Juan!
—¡Ay, no entiendo nada! —se quejó como una nena caprichosa.
—¿Estás con Sabina?
—¿Qué hacen?
—¡Qué loco que aparezcas así, no lo puedo creer!
Sonreí sin quererlo; su alegría parecía intacta. También su agitación constante, su metralleta repleta de palabras.
—¿Por qué no se vienen para acá? estoy en mi casa con unos amigos que ya se están yendo...
— Ok—dije— ¿ahi, en Colegiales?
— Sí, sí, en Freire, Sabina sabe. Los espero, ¡ay, qué divertido! —dijo, y cortó.
Guardé el teléfono en el bolsillo y caminé hacia Honduras para buscar un taxi.
Faltaba un rato para las dos.
Tomé mi celular y le mandé un mensaje a Lucía.
Vuelvo en un rato. Te quiero mucho.
Cool!
ResponderEliminarY ese (*)?
No nos vas a dejar con la intriga, verdad?
Ups! Me olvidé de firmar (aunque seguro te diste cuenta de que era yo)
ResponderEliminarn.,
Que bueno, N! y sí, me imaginé que eras vos ;)
ResponderEliminarLoon
Esquivo.
ResponderEliminarn.,
che esta bueno estoooooo
ResponderEliminarjejeje, que bueno!
ResponderEliminarLoon
A ver si nos ponemos a escribir, eh...
ResponderEliminarjajajaja, esto es lo bueno del blog, recibir el aliento de quienes lo siguen para sentarse a escribir!!
ResponderEliminarya publiqué...espero que les guste...
Loon