XII

El espejo me devuelve la imagen de mi cara delgada, blanca y violácea, con los pómulos marcados y los labios secos. Tengo un pequeño derrame en mi ojo izquierdo, y algo de sangre seca en la base de la nariz. La mandíbula me tiembla mientras me miro en el espejo; intento controlarla, y no lo logro.
Un zumbido constante me acompaña mientras deambulo por mi departamento. Me traslado con dificultad de una habitación a otra, sin saber bien por qué. Es media mañana y hace minutos bajé las persianas de todas las ventanas.
Me siento débil, con hambre pero sin ganas de comer.
Estoy agitado. Me cuesta respirar sin suspirar.
Regreso al baño y me miro nuevamente en el espejo. Me veo blanco y flaco.
—Tengo que dormir.
Tomó un relajante muscular y una pastilla para dormir.
Voy al escritorio y me siento a navegar por la web.
Youtube, mucho youtube. Sobre la mesa hay un plato con una montañita de coca.
Bueno, una más y me voy a dormir.
Separo unas líneas y las aspiro una detrás de otra.
Google.
—¿Qué puedo buscar?
Mis dedos tiemblan sobre el teclado; cada vez debo acercar más la cara al monitor para poder ver con claridad.
Vuelvo a youtube.
Alisto otras tres rayas. Aspiro la primera con dificultad: apenas logra abrirse paso a través del pegote que ocupa el canal nasal. Repito la operación por la otra ventanita de la nariz, con idéntico resultado.
Siento que el corazón va a salirse de mi pecho. Me pongo de pie y camino lentamente hasta mi habitación.
Me acuesto sobre la cama y escucho el rechinar de mis dientes. Tengo la naríz totalmente tapada, y comienzo a respirar por la boca, en forma entrecortada. Mis venas retumban en mis oídos. Por detrás, el zumbido continúa.
Todo es un gran latido. 
Mi pecho es como un bloque de piedra, en el que es imposible que entre el aire.
Estoy inmóvil en mi cama. A pocos metros, a un costado sobre el piso, veo mi celular, pero no logro estirar el brazo para alcanzarlo.
Me estoy ahogando.
Miro inútilmente a través del marco de la puerta de mi cuarto, sé que no hay nadie más en el departamento. Me doy cuenta que me voy a morir.
Un pinchazo terrible perfora el costado izquierdo de mi pecho y yo salto sobre el colchón con un alarido desgarrador y mortal, como si desde abajo de la cama me hubiesen atravesado con una lanza.
Cierro los ojos y escucho como mi aullido retumba en la habitación.
Es el fin.
En ese momento, alguién me toma por los hombros y me sacude sobre la cama
—¡Juan! ¡Juan!
Abro los ojos, y me encuentro con los ojos de Lucía que me miran llenos de amor. Me abraza, y aprieta su cabeza contra mi cara sudada. 
—Tuviste una pesadilla. ¡No sabés como gritaste! Me asusté...
Mi garganta está cerrada con arena.
Asiento.
La rodeo con mi brazo y la aprieto fuertemente contra mi cuerpo frío.
—¿Que soñabas?
Callo.
Miro el cieloraso.
Pienso.
—No sé, estaba corriendo por una galería,  y de repente me caía por el hueco de unas escaleras, despacio, como en cámara lenta...
Lucía pasa su mano suavemente por mi pecho, con un ir y venir reconfortante, y con la otra mano me acaricia la cabeza.
Mi respiración comienza a recobrar su ritmo normal.
Dejo escapar un suspiro profundo, hundo la cabeza en la almohada, y cierro los ojos.
No hay dudas.
Volví.
Felicitaciones.

2 comentarios:

  1. No veo sus manos en el teclado, Sr. Loon.

    Come on! =)

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  2. Cuando paso por acá no dejo de pensar en que también tuve mi "Perfect Day". Te diría que leo este blog con cierta nostalgia, una muy extraña.

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