La habitación en la que se encontraba Sabina era pequeña y sin ventanas, y los distintos tonos de blanco lucían extraños bajo la fuerte luz de los tubos fluorescentes. El respaldo de la cama estaba levemente incorporado y su cabeza descansaba sobre una almohada mullida.
Di algunos pasos en dirección a la cabecera de la cama y luego me detuve. El cuerpo de Sabina apenas se insinuaba bajo las sábanas; sólo su bracito izquierdo quedaba descubierto. Desde su muñeca minúscula, un tubo transparente ascendía hasta una bolsa de suero que colgaba de un gancho fijado a la pared.
Su cara era blanca y pálida. Tenía lo ojos cerrados y, así dormida, parecía estar en paz.
— Estrellita.
Me acerqué hasta ella y la bese en la frente. La noté fría. Apoyé mi mano izquierda sobre su cabeza, la acaricié, y con un gesto automático acomodé un mechón de su cabello detrás de su oreja. Parecía un pajarito.
— No debe pesar más de cuarenta kilos —pensé; sentí en ese momento que iba a llorar.
Tomé la manta que estaba a los pies de la cama, la estiré y luego hice un doblez sobre su pecho. Di una vuelta alrededor de la cama y acomodé su brazo izquierdo sobre la manta. Tomé su mano y la apreté suavemente. Tenía ganas de despertarla, de que supiera que estaba ahí, de decirle que todo iba a estar bien.
— Lo peor ya pasó —escuché de repente.
Un hombre mayor con guardapolvo blanco y barba de dos días, había ingresado en la habitación. La miraba a Sabina, pero me hablaba a mi.
— Lo peor ya pasó —repitió.
— Tuvo suerte, la trajeron rápido.
— ¿Qué le dieron ? —pregunté .
— Le inyectamos una dosis alta de Midazolam, para intentar contener la agitación y el ritmo cardíaco elevado. También Haloperidol, por las convulsiones...
— Hay que esperar —dijo.
Asentí.
El sargento asomó la cabeza a través del marco de la puerta, miró al doctor, a mi, y después desapareció.
— ¿Usted es su amigo?
— Sí
— ¿Ya hablo con ellos? —preguntó, señalando con la cabeza la puerta de la habitación.
— Sí.
— Bueno, vaya tranquilo. Por unas cuántas horas no se va a despertar.
Lo miré al doctor; quise creer que era un buen hombre, y que realmente iba a hacer todo lo posible para que Sabina estuviera bien.
— Le pido un favor —susurré. El se acercó un poco hacia mi, con la mirada fija en la cama.
— Intente mantenerla dormida hasta que yo regrese.
No me contestó, sólo hizo un movimiento descendente, casi imperceptible, con su mentón, que tanto podía interpretarse como un sí, o como una simple confirmación de que me había escuchado.
El sargento apareció y se apoyó en el marco de la puerta, mirando hacia el interior de la habitación.
Me incliné y la besé en la mejilla, cerca de los labios.
— Ya vuelvo -—le susurré.
Al salir de la habitación le dije al doctor:
— Si se despierta, dígale que Juan vino a verla, que me voy a ocupar de todo.
— Contamos con eso —acotó el policía, apoyado contra el marco de la puerta.
Me fuí de la habitación sintiendo que me faltaba el aire. Caminé en dirección a la salida, pero antes de llegar me detuve y di media vuelta.
Encaré al policía, que al verme regresar dio unos pasos hacia mi para anticipar el encuentro
— ¿Qué pasa?—dijo
— Necesito el celular de Sabina.
— ¿Para qué?
— Para ubicar a algunas personas -contesté secamente.
Me miró con desconfianza. Lentamente llevó su mano derecha atrás de su espalda, y enseguida volvió a aparecer con el celular. Extendí mi mano para recibirlo, y el sargento la atrapó entre sus dos manos gruesas; envolvió el celular con mis dedos, y sin soltarme dijo
— Cuidado con lo que hace, ¿eh?
No respondí. Tiré levemente mi hombro hacia trás, para liberar el brazo, volteé y busqué la salida.
Al cruzar la puerta no encontré a la secretaria detrás del mostrador naranja. Caminé por el pasillo intentando recorrer el camino inverso al que había tomado un rato atrás. Giré hacia mi izquierda, y me topé con el enfermero que me había indicado cómo llegar a Terapia Intensiva, cuchicheando con una parejita stone. Los tres se callaron cuando me vieron llegar.
Los ignoré, hice como si no estuvieran ahí, y seguí caminando rumbo a la salida del hospital.
Consulté la hora en el celular de Sabina, y apuré el paso por el pasillo. Contaba con muy poco tiempo, tenía que pensar rápido, y resolver cómo iba a conseguir la plata que faltaba.
Ya estoy atrapado, Michi.
ResponderEliminarQué bien que viene esta historia.
Una de las claves de este comienzo de relato (creo) es la metahistoria entre Juan y Estrellita, que se intuye densa y a la vez es una total incógnita para el lector. Quién fue Juan en la vida de Estrellita, por qué Estrellita está en esa situación límite y por qué en esa situación pone a Juan por encima de todo, etc.
ResponderEliminarMe parece un muy buen recurso para estructurar la narración.
Yo también estoy atrapada.
ResponderEliminarTal vez te salió de forma natural, pero se nota la ausencia de los gerundios. Me gusta como fluye.
Muy bueno, Loon.
Que bueno que te haya interesado!
ResponderEliminarStay tuned.
Gracias, N! que bueno que luzca natural... ;)
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