Me senté al lado de Ricky y me dejé absorber por el cómodo sillón. Cerré los ojos y dejé caer mi cabeza sobre el respaldo. Sentí que de alguna manera yo también necesitaba acomodarme internamente; las últimas horas habían sido como un terremoto emocional, había destapado demasiadas cajas al mismo tiempo, y sabía bien que eso no sería gratis para mí, que habría consecuencias.
La atmósfera del ambiente había sido preparada para bajar, para facilitar el suave descenso hacia el descanso deseado -necesario-, después de una larga fiesta. En una época nos dimos cuenta que ese momento resultaba, finalmente, tan importante para nosotros como el resto de la noche, y comenzamos a tenerlo bien en cuenta a la hora de los preparativos. Habíamos aprendido que aún la más espléndida maratón de diversión podía convertirse prontamente en una pesadilla si no tenía un cierre cuidado. Sin dudas que no era ese el mejor momento para caerle a Ricky con esta noticia.
—No entiendo nada, Juan. —dijo de pronto Ricky, despertándose. Había recobrado su tono enérgico y nervioso —Contame bien todo, a ver...
Se inclinó para tomar un paquete de cigarrillos de la mesa, encendió un cigarrillo, y luego me alcanzó la cajita. Yo decliné su invitación con un movimiento de cabeza.
—¿Qué?! ¿No fumás ahora? —preguntó escandalizado. Temí por lo que presentía que podría venir en ese momento, su histeria descontrolada, su enojo por lo ocurrido, por todo este tiempo de ausencia.
—No, intento no fumar, Ricky —repliqué con el tono de voz más bajo que me fue posible, intentando mostrar mi intención de ocuparnos de Sabina, y no de mí.
Tiró el paquete de cigarrillos sobre la mesa con un bufido, se puso de pie y caminó unos pasos hasta el ventanal que da al jardín. Se quedó allí parado, de espaldas a mí.
—Hace unas horas estaba en mi departamento, y la policía llamó a mi celular para avisarme que Sabina estaba en el Fernández muy grave. Fui corriendo...
—¿Pero por qué te llamaron a vos? no entiendo Juan cómo apareces vos en esto, así, de la nada, después de tanto tiempo...
—Parece que en el hospital Sabina dio mi nombre en algún momento, la poli lo anotó y no tardaron en encontrar mi número. Supongo que lo buscaron en el celular de Sabina... no sé.
—¿Pero por qué a vos? —se preguntó Ricky, tratando de entender
—No lo sé, creeme que no lo sé. Quizás le salió eso en medio del delirio, anda a saber, Ricky. Igual, que importa ahora, ¿no?
El asintió y giró para quedar de frente a mí.
—El médico me dijo que estaba fuera de peligro, está sedada ahora. El problema es otro, Ricky
Me miró nervioso, y gritó
—¿Qué? ¡Hablá!
—La poli la encontró con mucha falopa en la cartera, Ricky.
Cerró lo ojos entendiendo la gravedad de lo que había pasado
—¿Pero cuánta?¿Cuánta?
—No sé bien, mucha, un montón...
Ricky comenzó a caminar por el living, mirando el piso, el techo, las paredes. Estaba por perder el control.
Se acercó a la mesa ratona, se arrodilló, enrolló un billete y esnifó un tiro largo de coca. Después se incorporó brúscamente, arqueando su espalda hacia atrás. Se llevó una mano a la cara, apartó la punta de su nariz hacia un lado, tapando un orificio, e inspiró fuertemente por el otro; luego repitió la operación hacia el otro costado. Se puso de pie, sacudió su cabeza, y con voz mocosa preguntó
—¿Te dijeron algo más? La policía, digo
—Sí, hablé con el sargento que la detuvo. Arreglaron con el médico y no marcaron la entrada en la guardia. Me pidió treinta lucas para dejar todo así. Si no las llevo antes del domingo a la noche, el lunes hace el registro en la comisaria y queda todo en manos de un juez.
Ricky asintió.
—Conviene pagarlas.
—Sí, claro —acoté.
Retomó su caminata nerviosa por el living, concentrado en sus pensamientos.
—Que mal momento, conseguir cash un fin de semana! —exclamó pensando en voz alta.— Yo acá no tengo casi nada, disculpame —me dijo finalmente.
Era lógico. No me sorprendió lo que me decía: un amigo -¿un ex amigo?- se aparecía después de años de ausencia en su casa un viernes de madrugada a contarle una historia increíble y pedirle un montón de plata. No dudaba del cariño de Ricky por Sabina: si él podía hacer algo para ayudarla, lo iba a hacer; el problema era yo, y el cómo se había planteado esta situación.
—No vine por eso, Ricky.
Dio media vuelta y me miró desconcertado
—Ah...¿ya tenés toda la guita entonces? no entiendo ¿viniste a avisarme nomás?
—No, no la tengo, pero la voy a conseguir —dije con firmeza.
—Vine para ver si me ayudabas a entender lo que pasó, ¿en qué andaba Sabina, Ricky? ¿la viste en estos días?
Me miró con desconfianza
—Qué se yo, Juan, como siempre. Vos la conoces, ella no cambió...
Recibí el palo con indiferencia, y sólo asentí.
—¿Nada raro, entonces, Ricky? ¿no la viste con gente nueva?
—¡Ay, no sé! Ella conoce gente todo el tiempo, vos sabés eso, Juan.
—¿Pero cuándo la viste por última vez, Ricky?
—La semana pasada, el lunes o martes...