IV

La habitación en la que se encontraba Sabina era pequeña y sin ventanas, y los distintos tonos de blanco lucían extraños bajo la fuerte luz de los tubos fluorescentes. El respaldo de la cama estaba levemente incorporado y su cabeza descansaba sobre una almohada mullida.
Di algunos pasos en dirección a la cabecera de la cama y luego me detuve. El cuerpo de Sabina apenas se insinuaba bajo las sábanas; sólo su bracito izquierdo quedaba descubierto. Desde su muñeca minúscula, un tubo transparente  ascendía hasta una bolsa de suero que colgaba de un gancho fijado a la pared.
Su cara era blanca y pálida. Tenía lo ojos cerrados y, así dormida, parecía estar en paz.
 — Estrellita.
Me acerqué hasta ella y la bese en la frente. La noté fría. Apoyé mi mano izquierda sobre su cabeza, la acaricié, y con un gesto automático acomodé un mechón de su cabello detrás de su oreja. Parecía un pajarito.
— No debe pesar más de cuarenta kilos pensé; sentí en ese momento que iba a llorar.
Tomé la manta que estaba a los pies de la cama, la estiré y luego hice un doblez sobre su pecho. Di una vuelta alrededor de la cama y acomodé su brazo izquierdo sobre la manta. Tomé su mano y la apreté suavemente. Tenía ganas de despertarla, de que supiera que estaba ahí, de decirle que todo iba a estar bien.
— Lo peor ya pasó escuché de repente.
Un hombre mayor con guardapolvo blanco y barba de dos días, había ingresado en la habitación. La miraba a Sabina, pero me hablaba a mi.
— Lo peor ya pasó repitió.
— Tuvo suerte, la trajeron rápido.
— ¿Qué le dieron ? pregunté . 
— Le inyectamos una dosis alta de Midazolam, para intentar contener la agitación y el ritmo cardíaco elevado. También Haloperidol, por las convulsiones...
— Hay que esperar dijo.
Asentí.
El sargento asomó la cabeza a través del marco de la puerta, miró al doctor, a mi, y después desapareció.
— ¿Usted es su amigo?
— Sí

— ¿Ya hablo con ellos? preguntó, señalando con la cabeza la puerta de la habitación. 
— Sí. 
— Bueno, vaya tranquilo. Por unas cuántas horas no se va a despertar.
Lo miré al doctor; quise creer que era un buen hombre, y que realmente iba a hacer  todo lo posible para que Sabina estuviera bien.  
— Le pido un favor susurré. El se acercó un poco hacia mi, con la mirada fija en la cama.
— Intente mantenerla dormida hasta que yo regrese. 
No me contestó, sólo hizo un movimiento descendente, casi imperceptible, con su mentón, que tanto podía interpretarse como un sí, o como una simple confirmación de que me había escuchado.
El sargento apareció y se apoyó en el marco de la puerta, mirando hacia el interior de la habitación.
Me incliné y la besé en la mejilla, cerca de los labios.
— Ya vuelvo -—le susurré.
Al salir de la habitación le dije al doctor:
— Si se despierta, dígale que Juan vino a verla, que me voy a ocupar de todo.
— Contamos con eso acotó el policía, apoyado contra el marco de la puerta.
 Me fuí  de la habitación sintiendo que me faltaba el aire. Caminé en dirección a la  salida, pero antes de llegar me detuve y di media vuelta.  
 Encaré al policía, que al verme regresar dio unos pasos hacia mi para anticipar el encuentro
— ¿Qué pasa?dijo
— Necesito el celular de Sabina.
— ¿Para qué?
— Para ubicar a algunas personas -contesté secamente.
Me miró con desconfianza. Lentamente  llevó su mano derecha atrás de su espalda, y enseguida volvió a aparecer con el celular. Extendí mi mano para recibirlo, y el sargento la atrapó entre sus dos manos gruesas; envolvió el celular con mis dedos, y sin soltarme dijo
— Cuidado con lo que hace, ¿eh? 
No respondí. Tiré levemente mi hombro hacia trás, para liberar el brazo, volteé y busqué la salida.
Al cruzar la puerta no encontré a la secretaria detrás del mostrador naranja. Caminé por el pasillo intentando recorrer el camino inverso al que había tomado un rato atrás. Giré hacia mi izquierda, y me topé con el enfermero que me había indicado cómo llegar a Terapia Intensiva, cuchicheando con una parejita stone. Los tres se callaron cuando me vieron llegar. 
Los ignoré, hice como si no estuvieran ahí, y seguí caminando rumbo a la salida del hospital. 
Consulté la hora en el celular de Sabina, y apuré el paso por el pasillo. Contaba con muy poco tiempo,  tenía que pensar rápido, y resolver cómo iba a conseguir la plata que faltaba. 

6 comentarios:

  1. Ya estoy atrapado, Michi.
    Qué bien que viene esta historia.

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  2. Una de las claves de este comienzo de relato (creo) es la metahistoria entre Juan y Estrellita, que se intuye densa y a la vez es una total incógnita para el lector. Quién fue Juan en la vida de Estrellita, por qué Estrellita está en esa situación límite y por qué en esa situación pone a Juan por encima de todo, etc.
    Me parece un muy buen recurso para estructurar la narración.

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  3. Yo también estoy atrapada.

    Tal vez te salió de forma natural, pero se nota la ausencia de los gerundios. Me gusta como fluye.

    Muy bueno, Loon.

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  4. Que bueno que te haya interesado!
    Stay tuned.

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  5. Gracias, N! que bueno que luzca natural... ;)

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